Tren sudaca . Etnografía Urbana.

Hoy fue uno de esos días en que pude tomar el tren. Recordé esta entrada de noviembre de 2012. Llega entonces como bienvenida.

* * *

Pocas veces puedo tomar el tren a La Plata. Todo lo cronometrado de la vida cotidiana conspira contra el tren. La hora de entrada de los pibes a terapias, mi trabajo, su salida, mi salida, el cole en City Bell. Ese entramado complejo del tiempo funciona solo con auto.
Pero algunas veces hay coordenadas que confluyen y entonces puedo subirme a la bici, pedalear unos kilómetros hasta la estación de Villa Elisa y subirme al furgón de cola del Roca. Y luego de la estación de La Plata, al laburo.

A la mañana, la caras son casi las mismas. El tren viene desde Constitución y la gente está medio dormida.
Hay un código de solidaridad con el ciclista. Alguien te sube la bici al furgón y te la tiene hasta que ascendés por el estribo y lográs acomodarla en una superposición como de milhojas de rodados en la que la promiscuidad de rayos y pedales arma un nudo gordiano.

Foto: El Sudaca Renegau. Licencia CC 2.o

En el furgón no hay baranda. Te sostiene la multitud. (Che… digresión. ¿Leíste la multitud de Paolo Virno?. Te lo regalo)
Unos minutos antes que llegue la estación en la que el ciclista debe bajarse, preanuncia su partida a los empujones, hasta que logra llegar cerca del matorral ciclístico. Una vez allí, el arte de desatrancar se pone en marcha.
Alguien sostiene la bici, el ciclista se arroja y el comedido se la alcanza. Allí no está la sospecha, la inseguridad. Entre ciclista no.

Dejo el furgón y me siento con vista a mi bicicleta. Adelante hay dos trapitos que charlan sobre sus respectivas paradas. Van de Hudson hasta La Plata a ganarse unos mangos estacionando y lavando autos.
¿Cómo es que esa es su vida y no la mía?… ¿Cómo es que no me transformé en trapito?
Subirse al tren, y ver todas mis posibles vidas. Reemplace ciudades por trenes y vea:

«(…) la extrañeza de lo que no eres o no posees más te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos.
Marco entra en una ciudad; ve a alguien vivir en una plaza una vida o un instante que podrían ser suyos; en el lugar de aquel hombre ahora hubiera podido estar él si se hubiese detenido en el tiempo tanto tiempo antes, o bien si tanto tiempo antes, en una encrucijada, en vez de tomar por una calle hubiese tomado por la opuesta y después de una larga vuelta hubiese ido a encontrarse en el lugar de aquel hombre en aquella plaza. En adelante, de aquel pasado suyo verdadero e hipotético, él está excluido; no puede detenerse; debe continuar hasta otra ciudad donde lo espera otro pasado suyo, o algo que quizá había sido un posible futuro y ahora es el presente de algún otro. Los futuros no realizados son sólo ramas del pasado: ramas secas.» Italo Calvino Las ciudades invisibles. Se lo regalo

El viaje glorioso siempre es el de vuelta.
Ahí es desde la estación de La Plata. La multitud, (aunque tal vez aquí deba decir la masa de Le Bon), espera que la tranquera se abra y el chancho te pique el boleto. Y a pedalear hasta el furgón.
Con el furgón vacío hay ventajas y desventajas.
El olor a amoniaco acumulado de pises, levanta con el calor de la tarde pre-primaveral.
Hasta que se puebla el tren y el furgón, las paredes quedan al descubierto. Y allí se superponen distintos mensajes:

«City Bell: estampidos de alegría»
«jesucristo es el camino»

Turco petero. Cola Golosa

«Hoy estuvimos aquí y fuimos nosotras»

Con ortivas o sin, el furgón es una fiesta igual no má

«aunque las aves no sepan cuanto, hasta sé volar»

El público del furgón es distinto por la tarde. Primero suben los afiladores. Son dos. Dejan las bicis y se van al vagón.

Foto: El Sudaca Renegau. Licencia CC 2.0

Luego suben los floristas con canastas de fresias. Las flores luchan por imponer su aroma al del meo pertinaz. Luego suben los artesanos y los músicos. Entonces un tercer, cuarto y quinto olor se suman a la sinfonía: el del tabaco, el del porro y el de los propios ciclistas. El furgón se puebla: laburantes de overol y borceguí, pibes sueltos, jóvenes con mochila y auriculares.

Entre el tiperío sube una flaca con bici oxidadísima que tiene patente con leyenda que dice: «un auto menos». Viste camisa turquesa y chaleco de color … no me acuerdo…contrastante. El pelo asimétricamente cortado, auriculares del tipo de los que usan los DJ. Usa sandalias y tiene una chalina palestina. Se sienta en el piso con las piernas cruzadas al estilo chino y mira por el portón.
Los floristas se pasan un porro, que ya definitivamente ha tapado el olor a pis. Los afiladores relojean sus bicis. La mía ha quedado ensanguchada y solo Houdini podría sacarla. Me voy a sentar al vagón. Los afiladores juegan al truco y los músicos se lanzan a la conquista del mundo.

Foto: ElSudaca Renegau. Licencia CC 2.0 Si…. está fuera de foco. ¡El Roca se mueve mucho!

Foto: El Sudaca Renegau. Licencia CC 2.0

No espere un sonido espectacular. La locomotora es diesel y el ruido es infernal.

El flaco del trombón pasa la gorra. Pago el espectáculo y me preparo para el descenso. Un florista con ojos rojos y sonrisa radiante me alcanza la bici. Mientras pedaleo, el tren todavía está parado y desde un vagón lejano escucho Cuando los santos vienen marchando.
Los dejo con Louis

Nota. Si lee la entrada original, vea los comentarios. Allí el Turco Petero Cola Golosa hace su aporte. El ciber-espacio es insondable. 😀

2 comentarios en “Tren sudaca . Etnografía Urbana.

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